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No fue ignorancia #Mundial74

Durante 40 años nos reímos de la ignorancia futbolística de Zaire por una jugada del Mundial de 1974, sin conocer las amenazas políticas que la provocaron. 




De alguna manera, esas postales del ridículo transformaron a aquel equipo africano en una referencia permanente de la ignorancia futbolística del continente. Una especie de bufón de la Copa del Mundo.

Pero, claro, hay una historia detrás de esa actitud aparentemente alocada del defensor zaireño. Una historia de presiones políticas y amenazas. Una historia triste, que en la versión de los protagonistas nos hace dudar.

Empecemos por el final

Zaire, que llegaba como campeón de África y era la primera selección sub sahariana en clasificarse para el Mundial, dejó la competencia después de una actuación bastante pobre, que fue de mayor a menor en sus tres partidos del Grupo 2. El balance: 14 goles en contra, ninguno a favor. Y eso que su goleador en el trofeo continental ganado -Mulamba N’Daye- había hecho 9 tantos en 6 partidos.

El primer duelo del Mundial fue frente a Escocia y terminó con un 2-0 en contra bastante decoroso. Los británicos contaban con algunos nombres ilustres -Kenny Dalglish, Joe Jordan, Dennis Law, Billy Bremner, Danny McGrain y Peter Lorimer- y pensaban en golear fácilmente en su debut. El entrenador escocés, Willie Ormond, sostuvo que sus muchachos debían “empacar todo e irse a casa” si no lograban vencer a Zaire en aquel encuentro inicial.

El partido fue cualquier cosa menos parejo: los dos goles llegaron en el primer tiempo, uno de ellos tras un error grave del arquero Muamba Kazidi, que se redimió con varias atajadas y una buena actuación que lograron mantener a su equipo con una módica diferencia en contra. 

Tras los noventa minutos, los jugadores de Zaire denunciaron haber sido racialmente hostigados en el campo por los futbolistas de Escocia. Incluso dijeron haber sufrido escupidas durante el juego. Su reclamo no fue escuchado por las autoridades.

Lo peor empezó después. El principio del desastre fue una cuestión económica. Antes de jugar con Yugoslavia, los asesores del gobierno que habían viajado con el equipo le informaron al plantel que no iban a cobrar el dinero acordado por estar en la competencia. Los futbolistas, en principio, decidieron no presentarse. Finalmente se aparecieron en la cancha, aunque no prestaron demasiada oposición: fue 9-0 para Yugoslavia. “Francamente, podríamos haber caído por 20, habíamos perdido nuestra moral”, comentó N’Daye más tarde.

Aquel encuentro tuvo una fuerte polémica alrededor del arquero Kazidi, que fue reemplazado tras el tercer tanto en contra aunque no había tenido responsabilidad en ninguno de los goles (se podría discutir que no estiró los brazos en el segundo, un tiro libre ejecutado al palo de la barrera, pero eso es todo). Muchos adujeron que el técnico yugoslavo Blagoje Vidinic sacaba del campo a quien había sido el mejor ante Escocia para beneficiar a su país de nacimiento. En realidad, Vidinic recibió amenazas de los gobernantes zaireños que estaban en Alemania para reemplazar al jugador sí o sí, en ese momento. Como marca la lógica del poder, lo hizo: prefirió no averiguar cuáles eran las consecuencias posibles de desobedecer.

Esa sustitución no dio demasiado resultado: en la jugada inmediata posterior al cambio, Yugoslavia anotó el 4-0 tras una distracción colectiva en un tiro libre, y N’Daye debió dejar la cancha, expulsado por patear al árbitro en una protesta.

Claro, pequeño detalle: el que pateó al árbitro en realidad fue Ilunga Mwepu. El juez le mostró la tarjeta roja al jugador equivocado. “Los árbitros no nos distinguen, ni siquiera lo intentan. Ellos sólo ven nuestro color y piensan que somos todos iguales. Le dije que no fui yo el que lo golpeó. Mi compañero le dijo que había sido él, no quiso escucharnos. Lloré terriblemente tras aquella injusticia”, aseguró N’Daye. Las autoridades no escucharon su reclamo.

La paliza recibida en el segundo partido no cayó demasiado bien en las altas esferas del poder de Zaire. Mobutu Sese Seko- el dictador que gobernó el país desde 1965 hasta 1997- impidió el ingreso de la prensa en el hotel donde se concentraban los jugadores y envió a sus guardias presidenciales para amenazarlos. “La consigna era clara: si perdíamos por cuatro goles contra Brasil, ninguno de nosotros iba a regresar a casa”, relató Mwepu.

Zaire logró perder “apenas” por 3-0 frente al Brasil de Jairzinho, Rivelino, Valdomiro y compañía. El dato de color fue aquella acción desesperada de Mwepu, que fue tomada como un gesto de salvajismo de novato. “Un extraño momento de ignorancia africana”, lo catalogó el comentarista británico John Motson.

Claro que, cuando lo hizo, Brasil ya ganaba por tres goles, faltaban cinco minutos para que terminara el encuentro, había un tiro libre al borde del área con Rivelino frente a la pelota y en la cabeza del africano rondaba la amenaza de su presidente. Así que entre la presión y el nervio actuó con desesperación para cometer una locura que lograra desorientar a su rival: salió corriendo, pateó el balón, se hizo el distraído, generó sorpresa en la multitud y en sus rivales.

Una avivada, hubieran dicho, en caso de que el perpetrador fuera un jugador nacido en Sudamérica.

Al final, el truco pareció haber funcionado. El tiro libre terminó lejos del arco y el plantel de Zaire se salvó de una posible reprimenda gubernamental. Igual dejó el Mundial como el hazmerreír de la Copa. En medio de algunos comentarios televisivos hirientes -un relator inglés dijo que Etepe Kakako “una vez alcanzó a una zebra” y deslizó que Tshimen Buanga era “como Beckenbauer, sólo que negro”- y una imagen general que trató a sus futbolistas de ingenuos

Antes de comenzar el torneo, el capitán Mantantu Kidumu declaró que Mobutu había premiado a cada jugador por su trofeo africano con una casa, un auto y unas vacaciones para ellos y sus familias en los Estados Unidos.  Después del Mundial, ese grupo que había logrado una clasificación histórica volvió a su tierra como un plantel olvidado, víctima de amenazas explícitas y discriminaciones constantes en la civilizada Europa.

Notas del editor:

1) Todas las declaraciones citadas fueron obtenidas del libro de Simon Kuper “Football Against The Enemy”. Editorial Orion, Londres, 2003.
2) Este texto fue publicado anteriormente, con ligeras variaciones, por el mismo autor, aquí, como parte de un paquete especial sobre el Mundial ’74.
3) Tomamos la nota y cambiamos su título por descontento por el mismo en Un Caño.

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