Foto Afp/ Pedro Pardo |
Chichihualco. A sus 72 años de edad, Virginia ensarta hábilmente la aguja en gruesos parches de vinilo que formarán un balón de futbol. Como muchos en Chichihualco, esta anciana subsiste cosiendo a mano coloridos esféricos, una ardua tarea que aprendió de sus padres y ahora hereda a sus nietos.
A todas horas, siempre hay alguien que zurce balones en las estrechas y empinadas calles de piedra de Chichihualco, enclavado entre espesas montañas del empobrecido estado de Guerrero, en el sur de México.
Varias mujeres se congregan diariamente en una plaza, un hombre sin camisa prefiere instalarse en plena calle y bajo un árbol, mientras una mujer embarazada, acomodada en su cocina, batalla con su prominente vientre para jalar los hilos mientras su sobrina de seis años le acerca los parches uno a uno.
Este poblado, de temperaturas caniculares y enclenques casas, vive desde hace medio siglo del futbol gracias a sus legendarios balones artesanales, que llegaron en su mejor época hasta canchas de primera división y de la selección mexicana.
Pero la incursión de la competencia asiática, el narcotráfico y la emigración a Estados Unidos relegaron las tradicionales pelotas a una categoría amateur de mercados populares, e incluso El Tri -que juega en la Copa América este mes- prefiere entrenarse con balones Adidas.
Los talleres cuentan con maquinaria para confeccionar, cortar y grabar los gajos que forman los balones, que luego serán cosidos por los pobladores en sus casas.Afp/ Pedro Pardo
Pese a tener todos los pronósticos en contra, muchos de los 25 mil habitantes de Chichihualco se aferran a su ancestral sustento aunque ya no sea el floreciente negocio de antaño.
"Aquí todos cosemos balones: hombres, mujeres, niños... ¡hasta mi esposo! No hay otro trabajo", cuenta Virginia Ramírez, mientras hilvana bajo el techo de palos de su casa.
Esta anciana, que cose balones desde los 17 años, tiene los dedos tan curtidos que ya no necesita los acostumbrados dedales de cuero para protegerse de los pinchazos y las quemaduras del hilo encerado.
Al dibujar una sonrisa que arruga todo su rostro, la mujer asegura que puede coser hasta cinco balones en un día. Por cada uno ganará 10 pesos (54 centavos de dólar).
"Somos bien pobres, no tenemos ni frijol, ni sal. No tenemos nada", se lamenta en su casa de piso de tierra.
Competencia de China y Pakistán
La leyenda de los balones de Chichihualco arrancó en los años 1960 con el florecimiento de 70 talleres que pusieron a rodar la economía local.
Pero ahora sólo quedan 15, con una producción de 15 mil balones mensuales contra 60 mil hace 40 años, asegura el alcalde Alfredo Alarcón, que también tiene su propio taller.
Estos talleres cuentan con maquinaria para confeccionar, cortar y grabar los gajos que forman los balones, que luego serán cosidos por los pobladores en sus casas. De regreso en los talleres, las pelotas son infladas y retocadas. Alberto Morales, el primero en fundar un taller en Chichihualco, supervisa con esmero el acabado de los 1.200 balones que produce semanalmente y cuyos diseños color rojo carmín, negro brillante o verde limón llevan orgullosamente su marca, "Don Beto". Cada esférico será vendido a un precio de entre tres y cinco dólares, y le dejará una ganancia de ocho centavos.
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Aunque sale a flote, Don Beto añora la época dorada que se fue a pique por la incursión de China y Pakistán, con pelotas más baratas en el mercado.
"Estamos estancados. No podemos producir más porque no alcanza para reinvertir en material ni maquinaria", asegura el emprendedor de cabeza blanca.
"Podríamos competir con los balones de cualquier lugar del mundo. Nuestro balón es realmente esférico, cosido a pura garra, mientras que el chino, cuando lo patean, se va para todos lados", espeta un desanimado Morales, mientras sostiene uno de los 200 balones que le pidió Tigres para sus aficionados.
Amapola y migración
Aunque muchas familias de Chichihualco aún cosen balones, cada vez menos aceptan tan ardua tarea por 10 pesos, en una zona clave para el cultivo y tráfico de marihuana y amapola. "Alguna gente ya no quiere coser, prefiere ir a echar (cultivar) amapolita en los cerros. Ganan más", contó Arturo Alarcón, quien administra otro taller de balones fluorescentes junto con sus dos hermanos.
Como numerosas zonas de Guerrero, Chichihualco es presa de los cárteles que, además de presionar a los pobladores para dedicarse al narcotráfico, protagonizan sangrientas disputas entre ellos. En diciembre, 17 cadáveres fueron hallados en una barranca.
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Para Alarcón, otra de las razones por las que hay menos costureros es que "70 por ciento del pueblo" emigró a Estados Unidos y manda dinero.
Así, estos pequeños empresarios optaron por coser sus pelotas en pueblos recónditos de la montaña e incluso en la cárcel local, adonde envían unos 5 mil balones a la semana.
"Los muchachos le ponen empeño, les sirve para no estar pensando en cosas malas", comenta entre risas este hombre de 53 años, sentado entre decenas de balones con la imagen del Hombre Araña o la leyenda "FIFA World Cup Brasil".
Según la municipalidad, unas 40 familias cosen balones en Chichihualco mientras otras 200 lo hacen en regiones cercanas.
"Diez pesitos por balón, no es mucho ¿verdad?", dice Erasmo Flores, un campesino y músico de 43 años que cose pelotas desde los seis.
"No alcanza ni para el almuerzo. Uno sólo come lo que Diosito nos da", comenta este hombre que lleva tatuado un corazón en el brazo, mientras cose su segundo balón del día bajo el árbol que sostiene la entrada de su casa.
Tomado de: La Jornada
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